Los Siete del Santa Teresinha: cómo el Correíllo rescató milagrosamente a los náufragos del pesquero portugués

Fue un milagro habernos salvado […]. Si el vapor del correo [La Palma] no nos hubiese encontrado, y si no hubiera conseguido recogernos, con total seguridad hubiésemos muerto como el resto de camaradas.

Albino Dias Campos fue uno de los pocos que pudo contar el milagro, como él mismo relató días después a la prensa, de haber escapado a la tragedia que se llevó al fondo del mar al pesquero de arrastre lisboeta Santa Teresinha, a su capitán, José Ribeiro Cardoso, y a quince de sus compañeros la noche del 18 de julio de 1952, al sur de Alegranza.

El Santa Teresinha, que había sido entregado por los Estaleiros Navais de Viana do Castelo a la Sociedade de Pesca Santa Fé, Lda. de Lisboa, zarpaba con sus 45,5 metros de eslora, desde o río Tejo con destino Cabo Blanco, frontera natural entre el Sáhara Occidental y Mauritania. Navegaba con normalidad. El mar estaba agitado, pero nada que despertase inquietud alguna entre la tripulación. Sin embargo, esa madrugada, y de manera inesperada, un golpe de mar lo alcanzó, lo hizo zozobrar y lo dejó con la quilla apuntando hacia el cielo de verano. En cuestión de segundos, el pesquero se hundió en las aguas oscuras, llevándose consigo a la mayor parte de sus hombres.

No dio tiempo ni de lanzar el bote ni de enviar señales de radio, el barco simplemente se volteó y se hundió. ¿Qué fue lo que propició que el desastre sucediera tan bruscamente? En su cabina, el Primer Oficial del vapor La Palma, Matías Reina, se enfrentaba a la misma cuestión, planteada por un redactor del vespertino grancanario Falange. Reina se encontraba de guardia la noche en la que el correíllo rescató a los náufragos. El vapor había zarpado de Arrecife con destino Las Palmas, bajo mando del ínclito capitán Agustín Espino. A las 05:00, en la situación de 28,38 Norte y 14,28 Oeste, nada más rebasar la Bocayna, Reina escuchó gritos en la negrura y, milagro, siete hombres pedían auxilio desde un bote que llevaba 24 horas al garete. Sus nombres eran António Joaquim Paulo, Albino Dias Campos, Inácio Ramilho, Joaquim Feliciano Barrocas, Joaquim José Silvino, Jorge Cristóvão y Manuel Inácio Vila.

No tenían remos y habían intentado remar con los brazos hacia tierra, con la esperanza de divisar Lanzarote o Fuerteventura, sacudidos por las olas en el bote que se hundió con el Santa Teresinha pero que, por si solo, había roto amarras y vuelto a flote. Y de ese milagro al de la aparición del correíllo, que los llevaría sanos y salvos al Puerto de Las Palmas donde prestarían las declaraciones de rigor ante la Comandancia de Marina y donde también los esperaría el cónsul luso para ayudarlos con las gestiones que devolviesen a casa a 7 de los 23 hombres que habían partido de la bella Lisboa.

Puede que también influyera en el desgraciado accidente la carga de 120 toneladas de hielo que dicen llevaba el pesquero. Reflexionaba el oficial. Tal vez la carga corriese a una banda y eso ayudara a que, una vez recibido el golpe de mar, el barco se diese la vuelta.

Matías Reina se preguntó qué hubiera sido de aquellos hombres si el La Palma no hubiese estado en el cumplimiento de sus obligaciones aquella noche. Una duda que no debió durar mucho, pues el vapor pronto debería volver a zarpar.  

La historia fue contada tanto por la prensa canaria como portuguesa durante los días siguientes. El citado Falange publicó la crónica el 20 de julio de 1952 con el título de Catástrofe Marítima al sur de Alegranza, en el que se presentan los hechos con un particular diálogo con el capitán Espino y el oficial Reina. El eco en los medios lusos se dio en el Jornal O Comércio do Porto y en el Jornal do Pescador un día después. En 2011, el fallecido marino y divulgador portugués Rui Picarote Amaro, recordó el suceso en su blog Navios à vista.

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